martes, 26 de julio de 2011

Una carrera de caballos

Por mucho que creas que conoces a alguien, nunca dejará de sorprenderte; de sorprenderte y de decepcionarte a su vez.

Me remonto a los hechos: Éramos jóvenes, inocentes y desinhibidos. Nos encontramos por pura casualidad hace ya unos meses... Y como ya dije en mi anterior entrada, de cuatro posibilidades que había en la ecuación matemática-amor, tuve suerte y se dio la primera de ellas. La relación se inicia con ilusión y ganas (como todas las que se inician obviamente) porque ella era un diamante en bruto que acababa de descubrir, y al parecer yo era la persona encargada de inaugurar el primer eslavón en su vida amorosa. Pero por cosas de la vida, un buen día su naturaleza incierta e imprevisible decide que lo mejor será tener una amistad (que a veces cruza la línea pero que no llega a relación al fin y al cabo).

Y cuando parece que esta nueva situación empieza a funcionar mejor que la anterior, viene "el viaje". Un viaje de tres semanas en el que yo aquí y ella allí vivimos nuestras vidas por separado pero con varias señas de cariño y de anhelo... Incluso en ese intervalo de tiempo llegó a mí una carta en la que no había nada escrito; era una fecha todo lo que contenía aquel sobre, la fecha en la que nos volveríamos a ver de nuevo.

Esperé ansioso su llegada, pero cuando se produjo noté cierto distanciamiento; tanto que hoy aún sigo esperando ese reencuentro.

Aunque no me guste pensarlo, soy una especie de "experimento amoroso" en el que un día aposté por el caballo perdedor y la jugada ha salido en mi contra. Con esto he aprendido, que como en las apuestas de caballos... El caballo es libre de hacer lo que quiera, pero sus actos tienen consecuencias en las quienes han depositado su confianza en él y a fin de cuentas la persona que sale perdiendo no es el animal, sino la que apuesta.



2307 Bournemouth

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